El rostro más íntimo de Van Gogh se exhibe en 16 autorretratos en Londres

Entre las obras que se exponen a partir de este jueves en la galería The Courtauld, destacan dos cuadros que se exhiben juntos por primera vez en más de 130 años. No se habían vuelto encontrar desde que salieron de la habitación del asilo de Saint-Paul-de-Mausole, un antiguo monasterio en el sur de Francia, donde Van Gogh los pintó en menos de una semana de diferencia, entre finales de agosto y principios de septiembre de 1889.

Antes de ingresar allí por voluntad propia para pasar un año, pidió a su hermano que escribiera al asilo, ante el temor de que los médicos de allí no le dejaran pintar: “Trabajar en mis pinturas es bastante necesario para mi recuperación”.

La muestra “Van Gogh. Self-Portraits” (“Autorretratos”) pretende recorrer a través del rostro del pintor los últimos años de su vida, así como su cambiante estado psicológico, desde su llegada a París en 1886 bajo la elegancia bohemia de un sombrero oscuro de fieltro, hasta el célebre y perturbador autorretrato de 1889 con la oreja derecha vendada (resultado de pintarse delante un espejo, dado que la oreja mutilada era realmente la izquierda).

De su corta década como artista, se atrevió con los autorretratos solo en los últimos cuatro años, entre 1886 y 1890 –muy fructíferos a pesar de sus tormentos–, antes de quitarse la vida con un tiro en el pecho a los 37 años, en la pequeña localidad de Auvers-sur-Oise, a una treintena de kilómetros de París.

Empezó a pintarse él mismo justamente en la capital francesa, donde experimentó diferentes maneras de tratar la luz con un estilo influenciado por pintores impresionistas como Claude Monet o Edgar Degas.

Sin embargo, en el segundo año, las pinceladas fundidas y uniformes impresionistas se convirtieron enseguida en trazos menos pulidos, propios del expresionismo, marcándole cada vez más su característica barba pelirroja.

De hecho, esta transformación se dio en su momento más prolífico en cuanto a autorretratos, en el año 1887 –en el que pintó más de la mitad de ellos–. En esa primavera, se aventuró con técnicas como el puntillismo, introducido por Georges Seurat, empezando a adoptar una paleta de colores más clara y a experimentar con distintos ángulos de su perfil.

En verano del mismo año, un nuevo accesorio empezó a contrastar con sus ojos verdes: un amarillo sombrero de paja. Así, evocaba a su gran acompañante y protector del sol mientras pintaba el río Sena y otros paisajes en las afueras de París.

De sus primeros meses en París, también destaca uno de sus bocetos hecho con grafito y tinta marrón oscuro, una pieza extraordinaria debido a que solo se conocen dos únicos bocetos que delinean su rostro.

La muestra también incluye dos obras más además de los 16 autorretratos: un retrato de su amigo y pintor belga Eugène Boch y “Silla de Van Gogh”, ambas de 1888. Su inclusión no es trivial para la comisaria de la exposición, Karen Serres.

Mientras el retrato de Boch tuvo un papel importante para dar forma a su propia imagen, el cuadro de la silla rústica con la pipa y el tabaco encima, por su parte, tal vez podría considerarse un simbólico autorretrato de Van Gogh, el decimoséptimo de la exposición: el de la ausencia.

La exposición se podrá visitar hasta el 8 de mayo y para hacerla posible, ha congregado obras que normalmente residen en el Museo de Van Gogh y el Rijksmuseum (ambos en Amsterdam), el Museo de Orsay (París), el Instituto de Arte de Chicago, y otras ciudades como Hartfort (en Connecticut, EEUU), Detroit (Míchigan, EEUU) o Zúrich (Suiza).

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