Bakshi (Nueva Delhi, 1955) fue descubriendo cada una de esas pasiones casi por azar, para luego volcarse por entero en ellas. «Toda la historia es un poco rara, pero bueno, he tenido mucha suerte», explica a Efe poco antes del estreno del documental en un auditorio repleto en el Instituto Cervantes de la capital india.
«Hace 45 años, las chicas aquí en la India tenían que hacer algo mientras esperaban a casarse, porque todo está arreglado. La familia, los padres, te buscaban un novio, un marido. Y pensé en estudiar francés», por lo que se dirigió a la Universidad Jawaharlal Nehru (JNU) en Nueva Delhi para matricularse, narra.
Pero para apuntarse «en estudios franceses había una cola de 20-30 personas. Había también una ventana de español, donde no había más de dos o tres personas, por lo que decidí allí que iba a hacer lo que nadie hacía (y) me cambié a la cola de español. Y así empezó mi amor con el español y con España», recuerda.
En el tercer año de carrera se casó, luego tuvo un hijo justo durante sus exámenes finales, más tarde, en 1979, con un pequeño de tres años, decidió irse a España sola durante seis meses para perfeccionar su español, y al regresar empezó a dar clases en JNU, donde continuó enseñando durante «cuarenta y tantos años».
En 2014, la embajada de España en Nueva Delhi le otorgó la Orden de Isabel la Católica por su promoción del español en la India.
Fue ese español, y el haber elegido aquella cola medio vacía, la que le llevó pronto a realizar trabajos de interpretación para la entonces primera ministra india, Indira Gandhi, con la que se estrenó durante una visita de un presidente venezolano a la India.
Después del asesinato de Indira continuó haciendo trabajos de interpretación para su hijo y también exmandatario Rajiv Gandhi, al que también acabarían matando en un atentado y con el que viajó mucho a los países miembros del movimiento de los no alineados.
Bakshi y su familia son de religión sij, igual que los asesinos de Indira Gandhi, un magnicidio que desencadenó matanzas contra los miembros de esta minoría religiosa, sobre todo en Nueva Delhi, lo que llevó a Minu, en medio de los disturbios, a cortar ella misma la característica melena sij de su hijo para protegerlo. Ese día su marido también decidió dejar a un lado para siempre el turbante.
MUSICA Y POESIA
La pasión por la música llegó casi al mismo tiempo que el español, cuando en la universidad el concierto de una famosa cantante la dejó «muda» y decidió que esa sería otra de sus ocupaciones, algo que generó «una pelea bastante fuerte» con su familia, sin tradición musical, aunque su futuro marido la apoyó.
«Entonces solo nos dejaban una o dos veces hablar con el novio (antes de casarnos), y yo le dije que tenía dos condiciones: estoy estudiando música y español, y si me permites continuar, me casaré contigo. Y aceptó, y así nos casamos», ríe al recordarlo.
El reconocimiento musical, sin embargo, tardó en llegar. A principios de este siglo, cuando tenía «casi 50» años, cantó en punyabi en la boda de una de sus hijas temas tradicionales relacionados con el matrimonio. Al DJ del evento le encantaron y empezó a pinchar esas mimas canciones durante otras bodas, generando un boca a boca que llegó hasta una compañía discográfica.
El álbum que finalmente publicó, una caja con 8 discos, recopila música folclórica de la región del Punyab, una obra por la que le premió el ex primer ministro indio, Manmohan Singh.
Luego aprendió de manera autodidacta el urdu, la lengua predominante en Pakistán, un «idioma que es muy dulce» y con el que regresaba en cierto modo a sus raíces, ya que sus padres tuvieron que huir del país vecino con la partición del subcontinente indio en 1947 tras la independencia del Imperio británico.
«Soy la única sij, mujer, que ha escrito en urdu cuatro colecciones de poesía», remarcó.