En su primer interrogatorio hoy durante el juicio que se celebra ante el Tribunal de lo Criminal de París por esos atentados, Abdeslam se mostró correcto en las formas y no eludió casi ninguna de las preguntas durante dos horas de interrogatorio.
Vestido con una camisa de color claro y una chaqueta de punto gris, y con una barba larga, Abdeslam (32 años) no habló de los hechos por los que se le acusa en este proceso ni de su radicalización religiosa, ya que eso se abordará a partir de enero, sino de su historia personal anterior.
Sí que dio algunas pistas de sus ideas, como cuando el presidente del tribunal, Jean-Louis Périès, le hizo notar que uno de sus hermanos, Mohamed, ha contado que le gustaba mucho salir de fiesta.
“Sí, es exacto”, respondió antes de justificarse: “Nací en Bélgica. Fui a un colegio público. Estaba impregnado por los valores occidentales. Vivía como me enseñaron a vivir aquí”.
Y cuando se le pidió que precisara qué es eso de los valores occidentales, dijo: “vivir como un libertino”, “sin temor de Dios” y “hacer lo que uno quiere”. Aunque puntualizó que en su caso también recibió una educación religiosa, basada en los principios de que “hay un solo Dios y Mahoma es su profeta”.
Contó que antes de ser capturado en Bruselas en marzo de 2016 por su implicación en los ataques terroristas perpetrados cuatro meses antes en la capital francesa, su única lectura era el Corán.
El acusado, que por los delitos que se le imputan podría ser condenado a cadena perpetua, minimizó de forma repetida su historial de delincuente reincidente que repasó el presidente del tribunal.
Sobre su primer encarcelamiento a finales de 2010 por una tentativa de robo -que le valió una pena de un año de cárcel exenta de cumplimiento-, alegó que todo fue “un error a causa del alcohol” ya que, según su versión, había salido con unos amigos a beber un trago y se vio metido en una historia que no iba con él.
Su abogada, Olivia Ronen, se esforzó en señalar que esa primera experiencia de Abdeslam con la justicia, cuando apenas tenía 21 años de edad, supuso una verdadera fractura en su vida. Perdió el empleo que había conseguido gracias a su padre, conductor de tranvía, en la empresa del transporte urbano de Bruselas, STIB.
Lo cierto es que después de eso ya no tuvo ningún puesto de trabajo realmente estable y acumuló condenas y multas, la mayor parte por delitos de tráfico y por conducir bajo los efectos de los estupefacientes.
Abdeslam, que tiene nacionalidad francesa, también pasó una temporada encarcelado en Marruecos, país de origen de sus padres.
También confirmó sus vínculos de amistad con varios de los restantes acusados, en particular con Mohamed Abrini, amigo de la infancia y que acompañó desde Bruselas a París a los miembros de los comandos que perpetraron los atentados del 13 de noviembre.
Otro “amigo de la infancia” era Abdelhamid Abaaoud, al que se considera el director sobre el terreno de los comandos, que murió en una operación policial en la ciudad de Saint Denis, limítrofe con París, cinco días después de los ataques. Con Abaaoud, Abdeslam ya había estado implicado en 2010 en la tentativa de robo que le llevó por primera vez a la cárcel.