Se trata del vigésimo segundo prototipo de viejos robots que Ramiro, el segundo de siete hermanos, diseñó desde que tenía 16 años y que sirvieron para dar vida a Satiri, algo que tuvo que hacer por falta de «recursos», según explicó a Efe.
El artefacto hace su labor en planicies de Quinamaya, un pueblito a 35 kilómetros al suroeste de La Paz, donde los papás de Ramiro, Ladislao y Rosa, tienen una pequeña casa con animales domésticos como vacas, llamas y ovejas además de una parcela en la que plantan cebada o papa.
UNA VOCACIÓN DESCUBIERTA
Ramiro descubrió su afición por los circuitos cuando dejó la escuela primaria del pueblo y pasó al colegio de Viacha, la ciudad más importante cercana a Quinamaya, con buena reputación de la enseñanza de robótica.
El joven ahorraba dinero desde su época de escolar y trabajaba los domingos en fábricas para luego conseguir algunas piezas fundamentales para una nueva creación o comprar las primeras herramientas.
A partir de eso vino una secuela de robots seguidores de línea, que recogen basura o que resuelven laberintos, que tras finalizados dieron vida a otros nuevos puesto que ha tenido que «desarmar y reutilizar componentes» a fin de no detenerse, dijo.
Con el paso de los años ingresó a la Universidad Pública de El Alto para estudiar ingeniería electrónica, así participó en varios concursos con algunas victorias que lo hicieron destacar.
UN TALLER EN UN ESTABLO
La «baticueva» es el nombre del taller de Ramiro, una especie de casita de dos aguas, en las que están sus herramientas, circuitos, computadora y que por las noches sirve de garaje para Satiri.
El inventor recordó que el taller «era un establo para guardar el abono de las vacas» de adobe rústico y que estaba a punto de derrumbarse hasta que su padre, que en su juventud era el único en la zona capaz de instalar paneles solares o bombas de agua, lo impulsó a hacer la remodelación.
En la cúspide del muro principal, como si fuera el retablo de una iglesia, está la imagen de Albert Einstein, de ahí se desprenden de manera descendente otras figuras como Steve Jobs, Nikola Tesla o Stephen Hawking, que son la «inspiración» de Ramiro cuando decide crear.
En la parte inferior una pequeña pizarra en la que traza a mano los diseños y a un lado una computadora para las simulaciones y los planos de sus trabajos con base en fórmulas matemáticas.
EL ROBOT SEMBRADOR
Durante la cuarentena del año pasado, Ramiro regresó a casa de sus padres en Quinamaya para ayudar en tareas del campo mientras pasaba clases a distancia, muchas veces en la parte alta de un cerro para captar la señal de internet.
«Si he ido a concursos por qué no mejor hago un robot para que ayude a mis papás en la siembra de la papa», fue la idea que tuvo cuando observó que sus padres se quejaban por las molestias de espalda y dolores en otras partes del cuerpo.
Ramiro recordó que para financiar su proyecto «el principal problema era el dinero», así que comenzó a recolectar algunos objetos como carretillas viejas, moldes o trozos de hierro para formar la estructura y comprar otros elementos.
«He tenido que vender un torito para comprar las baterías» de camión que pueden recargarse y sirven para dar autonomía de desplazamiento al robot que sirve para el arado y la siembra y que inicialmente era a control remoto.
Satiri tiene un volante de hierro, una caja con un cuero de oveja sirve de asiento al conductor y tiene un sistema de discos de arado al que debe amarrarse un trozo viejo de riel para que haga presión, todo hace que tenga un buen rendimiento.
Ramiro dice que su robot hace el trabajo de unas cuatro personas y que con este el preparado de la tierra, que puede durar unas ocho horas a mano, se reduce a unas dos, además, de que los costos de energía son menores.
«Me gustaría desarrollar proyectos o robots para ayudar a la sociedad, generalmente donde se necesita más esfuerzo físico», es el sueño de este joven que ha hecho una pausa en sus estudios para enrolarse al servicio militar obligatorio, un factor de renombre social en el área rural del país.