El 58,3 % de los españoles de entre 15 y 24 años dice sentirse «a menudo» ansioso, nervioso y preocupado y el 36 % «a veces», según reveló Unicef esta semana en un informe donde también reflejaba que uno de cada siete adolescentes de 10 a 19 años en todo el mundo tiene un problema de salud mental diagnosticado y casi 46.000 adolescentes se suicidan cada año.
Beatriz Castro pasó por una depresión cuando tenía 17 años pero ni su familia, ni sus amigos y ni ella misma supieron ponerle nombre a ese sentimiento de tristeza constante, por lo que no llegó a acudir a ningún médico.
«Años después me volvió a pasar, al principio seguí ignorándolo porque podía levantarme, ir a clase, ser funcional, pero hubo gente a mi alrededor que había pasado por ahí, me dijeron que debía tratarme y en terapia me di cuenta de todo», dice esta joven de 26 años.
EL ESTIGMA QUE NO SUPERARON LOS PADRES Y LOS ABUELOS
Sobre la asistencia cada vez mayor de los jóvenes al psicólogo, Beatriz tiene claro que alude a dos cuestiones: una es la precariedad a la que su generación se enfrenta y la otra es por comparación con el pasado, ya que las generaciones anteriores apenas se planteaban buscar esta ayuda.
«La conciencia global de que todo va a peor no nos ayuda», dice de una generación tildada con «desatino» como «frágil»: «hay un estigma con la fragilidad, pero por qué ser frágil es malo, si implica fractura y de ahí construcción, es algo bueno».
Algo similar sostiene Isabel García, paciente también de salud mental y quien tras pasar sin ayuda por una depresión a los 29 años, acudió a una psicóloga en un segundo episodio más profundo.
«Pienso en mi generación que tiene que hacerse cargo de la competitividad o la precariedad y entiendo que estemos así, pero tenemos la suerte de verbalizarlo y estamos rompiendo a buen ritmo el tabú de la salud mental aunque no va en paralelo al servicio de la salud pública», enfatiza.
LA BRECHA SOCIAL EN LA SALUD MENTAL
Acudir a un psicólogo en el sistema público es una de las mayores demandas de todos estos jóvenes ya que, según datos de 2018, en España hay solo 6 psicólogos por cada 100.000 habitantes, tres veces menos que la media europea.
«En España va al psicólogo solo quien puede», dice a EFE Patricia Jiménez, quien explica que una sesión en la capital española puede costar desde 50 a 120 euros.
A la falta de profesionales en el sistema público, su suma el precio para poder acceder a un tratamiento adecuado y continuo, por lo que muchos pacientes solo acuden a la sanidad pública para tratar ataques puntuales con fármacos.
«Yo lo recibo todo privado, a la pública solo he ido cuando he tenido picos de ansiedad, la gente que conozco que ha ido la han atendido cada mes y una terapia si no es semanal deber ser como mucho quincenal, en un mes te puede pasar de todo y tu cabeza tener ese sufrimiento», afirma.
LA PREVENCIÓN DEL SUICIDIO EMPIEZA HABLANDO DE ÉL
Marta Oliver ha estado 19 veces ingresada en algún hospital psiquiátrico y también ha intentado suicidarse. Sobreviviente del atentado yihadista del 11 de marzo de 2004 en Madrid, vive con un diagnóstico de trastorno de la personalidad, estrés postraumático, duelo patológico y depresión mayor.
Ayuda a otros contando su historia de «muchas malas experiencias» con el sistema público de psiquiatría.
«Me sentía secuestrada, con una sobre medicación excesiva y brutal, que me han provocado muchos efectos secundarios, entre ellos engordar 30 kilos en dos años, con lo que eso supone para el autoestima», relata a EFE.
Tiene claro que para poder prevenir el suicidio -«unas muertes que parecen políticamente incorrectas»- lo primero es «hablar» de ello.
«El suicidio es un tabú, pero en 2019 hubieron 3.671 suicidios, uno cada dos horas y media y nadie hace nada al respecto», critica antes de pedir que no se aísle a los pacientes de salud mental: «lo primero es decirle a la sociedad que estamos aquí, tenemos algunas dificultades, pero somos personas igualmente válidas».