Entre noviembre de 2020 y enero de 2021, las fuerzas de Eritrea, que apoyan al Gobierno etíope contra los rebeldes tigriñas, y Tigray ocuparon alternativamente los campos de refugiados de Hitsats y Shimelba, que alojaban a miles de refugiados eritreos, y cometieron numerosos abusos, denunció HRW en un comunicado emitido en Nairobi.
Los soldados eritreos también atacaron a los tigriñas residentes en las comunidades que rodeaban los campamentos.
Los combates que estallaron a mediados de julio pasado en Mai Aini y Adi Harush, los otros dos campos de refugiados en funcionamiento, volvieron a dejar a los refugiados con una necesidad urgente de protección y ayuda.
«Los refugiados eritreos han sido atacados tanto por las mismas fuerzas de las que huyeron de regreso a casa como por los combatientes de Tigray», afirmó la directora de HRW para el Cuerno de África, Laetitia Bade.
«Los horribles asesinatos, violaciones y saqueos contra los refugiados eritreos en Tigray son evidentes crímenes de guerra», señaló Bade.
Desde enero pasado, la ONG pro derechos humanos ha entrevistado a 28 refugiados eritreos (23 exresidentes del campamento de Hitsats y 5 exresidentes del campamento Shimelba), así como a dos residentes de la ciudad de Hitsats que fueron testigos de los abusos cometidos por las fuerzas eritreas y las milicias tigriñas.
Human Rights Watch, que también entrevistó a trabajadores humanitarios y analizó imágenes de satélite, menciona, por ejemplo, el asalto de milicias tigriñas al campo de Hitsats cerca de una iglesia ortodoxa el 23 de noviembre.
Una refugiada aseguró a HRW que los milicianos de Tigray mataron a su esposo cuando su familia buscaba refugio dentro de la iglesia. «Mi esposo tenía a nuestro hijo de 4 años en la espalda y a nuestro hijo de 6 años en sus brazos. Cuando regresó para ayudarme a entrar a la iglesia, le dispararon”, explicó esa mujer.
MESES DE «MIEDO, ABUSO Y NEGLIGENCIA»
Como resultado de los enfrentamientos ese día entre los rebeldes tigriñas y las fuerzas de Eritrea, nueve refugiados del campo murieron y «dos docenas de residentes» de la ciudad de Hitsats perdieron la vida.
«Durante años, Tigray fue un refugio para los refugiados eritreos que huían del abuso, pero muchos ahora sienten que ya no están seguros», subrayó Bader.
«Después de meses de miedo, abuso y negligencia, Etiopía, con el apoyo de sus socios internacionales, debe garantizar que todos los refugiados eritreos tengan acceso inmediato a protección y asistencia», exigió la directora.
La guerra comenzó el pasado 4 de noviembre, cuando el primer ministro etíope, Abiy Ahmed, lanzó una ofensiva contra el Frente Popular de Liberación de Tigray (FPLT), partido que gobernaba la región entonces- en represalia por un ataque contra una base militar federal.
El pasado 28 de junio, el Ejecutivo etíope anunció un «alto el fuego unilateral humanitario» y el Ejército se retiró de varias ciudades tigriñas -incluida la capital, Mekele-, pero las fuerzas amharas, que peleaban junto al Gobierno y anexionaron de facto zonas sobre los que reivindican derechos históricos-, siguieron allí.
En ese contexto, los rebeldes tigriñas recuperaron terreno y el conflicto se extendió a las regiones vecinas de Afar y Amhara.
Desde noviembre, miles de personas han muerto, unos dos millones se han visto desplazados internamente en Tigray y al menos 75.000 etíopes han huido al vecino Sudán, según datos oficiales.
Además, casi siete millones de personas afrontan una «crisis de hambre» en el norte de Etiopía por la guerra, según advirtió la semana pasada el Programa Mundial de Alimentos (PMU) de la ONU.