Los armenios, una comunidad milenaria en Tierra Santa cada vez más reducida

Los armenios -primer pueblo en adoptar el cristianismo en 301 d.C.- han persistido con perfil propio en un complejo lugar que ha visto pasar a conquistadores y regímenes de todo tipo, a los que siempre se adaptaron para conservar su existencia y tradiciones, incluso entre los vaivenes del actual conflicto palestino-israelí.

«Bizantinos, árabes, cruzados, mamelucos, otomanos», el Mandato Británico, Jordania o el actual Israel son algunos de los poderes bajo los que han vivido los armenios, que aprendieron «a navegar» entre panoramas cambiantes e inciertos, destaca a Efe George Hintlian, historiador y exsecretario del Patriarcado armenio de Jerusalén.

«Este es un sitio difícil, tenemos que mantener un cierto equilibrio político sin ser hostiles, pero tampoco vulnerables. Nos volvimos muy duros para defender nuestros derechos», agrega Hintlian mientras pasea por el patio del monasterio armenio, núcleo histórico de la comunidad, entre las murallas de la Ciudad Vieja de Jerusalén.

EL CONVENTO, UN BASTIÓN ARMENIO

Este recinto medieval, principal espacio del barrio armenio -que integra una sexta parte de la Ciudad Vieja-, es el bastión cultural y religioso de este pueblo. También es uno de los conventos conservados «más antiguos de Tierra Santa», explica Hintlian.

En el convento -donde reina una calma que diluye el ajetreo de las calles de alrededor- viven unas 500 personas, tanto religiosos como laicos. A ellos se suman unos mil armenios más en calles de alrededor, pero cuya vida gira en torno al monasterio, «centro civil» de la comunidad, con escuelas y un seminario religioso.

Todo ello es propiedad de la Iglesia Ortodoxa Armenia, que tiene ahí su sede y es a su vez guardiana, junto a griegos ortodoxos y monjes franciscanos, del Santo Sepulcro de Jerusalén o la Basílica de la Natividad de Belén, los lugares más sagrados del cristianismo.

En ambos santuarios se escuchan cada día los salmos en armenio de sus religiosos, vestidos con túnica negra coronada por una capucha puntiaguda, uno de sus hábitos tradicionales.

«Es un gran honor estar aquí, somos protectores y guardianes de la tradición cristiana y de los derechos armenios en Tierra a Santa», dice a Efe Seryozha Petrosyan, diácono de 28 años en la comunidad armenia de la Natividad de Belén, en Cisjordania ocupada.

DECLIVE DE LA PRESENCIA ARMENIA

Pese a que la presencia de los armenios en la región siempre fue más bien minoritaria y tuvo altibajos, muchos alertan de que en las últimas décadas se redujo aún más, hasta un nivel que podría dejar la comunidad bajo mínimos testimoniales.

Tras el genocidio a manos del Imperio Otomano a partir de 1915, miles de armenios acabaron en Tierra Santa, pero los conflictos en la Palestina histórica durante el siglo XX también les afectarían.

En 1948, con la creación de Israel, muchos armenios de las urbes de Haifa, Yafa o Jerusalén Oeste «se convirtieron en refugiados» y se instalaron en la zona oriental de la Ciudad Santa, entonces controlada por Jordania, cuenta Hintlian.

En el marco del aún vigente conflicto palestino-israelí, los armenios han sufrido «parte de los daños colaterales», pese a «no ser blanco directo de ningún lado», asegura.

Esto se acentuó con la ocupación israelí de Jerusalén Este y Cisjordania en 1967, que cambió Belén o la Ciudad Vieja de Jerusalén, donde vivían muchos de ellos.

CANSANCIO DEL CONFLICTO

Ante ello, el cansancio de vivir durante décadas en un contexto de choques armados, problemas políticos y dificultades económicas hizo que muchos decidieran marcharse. En 1967 había unos 4.000 armenios en la Ciudad Santa, pero ahora apenas hay 1.500.

«Mucha gente emigró para no volver, sobre todo a Estados Unidos o Canadá», afirma a Efe Garo Sandrouni, ceramista del barrio armenio.

Israel también confiscó tierras armenias y no concedió permisos para construir, cosa que limitó a la comunidad, apunta Hintlian.

«Si se trata de burocracia, Israel nos trata como palestinos», opina el historiador, que señala que la mayoría de armenios no tiene ciudadanía, sino permiso de residencia permanente, el mismo estatus que la población palestina de Jerusalén.

Pero parte de los más jóvenes, más integrados a la sociedad israelí, sí ha obtenido la nacionalidad. Es el caso de Harout Baghamian, jefe del Comité Armenio de Jerusalén, que reclama a Israel que reconozca el genocidio armenio, algo que aún no hizo.

Con todo, pocos creen que los armenios puedan llegar a disiparse por completo, pero la mayoría considera que debería haber políticas más firmes para que esta minoría no acabe al borde de la extinción y sin capacidad de defender sus posiciones en una complicada región.

Para evitarlo, «la única forma es mantenernos fuertes», concluye Hintlian.

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