Salah Abdeslam, de ladrón de poca monta a enemigo número uno

Nacido hace casi 32 años en Bruselas en una familia de origen marroquí naturalizada francesa, será uno de los personajes más esperados en el macroproceso que se inicia mañana, miércoles, y en el que se juzgará a los presuntos responsables del peor ataque sufrido por Francia desde la Segunda Guerra Mundial, los atentados del 13N de 2015.

Allí fueron asesinadas 130 personas en simultáneos ataques en el estadio de Saint-Denis, en seis terrazas parisinas y en la sala de espectáculos Bataclan.

Abdeslam está considerado el principal ideólogo todavía vivo, después de que su amigo Abdelhamid Abaaoud fuese abatido por la policía pocos días después de los atentados.

Es el más importante de los veinte acusados en el juicio, en el que debe responder por cinco delitos por los que podría ser condenado a cadena perpetua.

Desde 2016 está encarcelado en la prisión de Fleury-Mérogis, vigilado 24 horas al día en un régimen de aislamiento drástico. Este arresto cuesta 433.000 euros al año al Estado francés, consumidos sobre todo por los ocho agentes que lo vigilan día y noche.

En Bélgica, ya suma una condena de 20 años de reclusión por un tiroteo ocurrido en marzo de 2016 en la capital belga con la policía local.

La historia del joven estuvo pronto marcada por la delincuencia de poca monta, pequeños robos, en muchos casos para pagarse el cannabis y el alcohol que consumía en grandes cantidades.

Junto con sus hermanos regentaba el bar «Les Beguines», en Molenbeek, que había sido cerrado el 4 de noviembre de 2015 por tráfico de estupefacientes.

Súbitamente radicalizado a partir de 2014, «empezó a vivir de manera más sana, a rezar, a no beber alcohol, a ir a la mezquita de vez en cuando», contó en 2016 uno de sus hermanos, Mohamed. Sin embargo, ese brusco cambio de comportamiento no lo vio como «una señal de radicalización».

Pero Abdeslam, que llegó a trabajar para la empresa de transportes públicos de Bruselas (STIB), ya era entonces conocido por el Órgano de Coordinación para el Análisis de la Amenaza (Ocam) de Bélgica y figuraba en una lista de 1.200 personas con vinculaciones con Siria, siendo considerado «en vía de radicalización».

Con su hermano Brahim, quien partió a Siria «a hacer la guerra santa» en favor del Estado Islámico (EI), sí compartía tendencias yihadistas. Brahim se inmoló con un cinturón de explosivos en los ataques a las terrazas parisinas del 13N.

Salah llevó en coche al Estadio de Francia a los tres terroristas que se inmolaron allí. Él también llevaba un cinturón de explosivos, pero no ha explicado por qué no lo utilizó y su papel concreto en el resto de atentados sigue sin aclararse totalmente.

FUGA ROCAMBOLESCA

Después de los ataques, Abdeslam protagonizó una fuga de película, absurda en muchos aspectos, dejando en evidencia las lagunas en la coordinación entre países europeos.

Escondido en el norte de París en un primer momento, dos amigos llegaron a París procedentes de Bruselas en coche para buscarle, a pesar de que las fronteras francesas debían estar cerradas a cal y canto por el estado de emergencia decretado por el Gobierno.

El coche con Abdeslam fue detenido el sábado 14, un día después de los atentados, por un control de gendarmes franceses, que comunicaron la identidad de los ocupantes a su central.

La consulta en los ficheros demoró más de los 30 minutos establecidos para la retención de personas y, para cuando habían comprobado su identidad, era demasiado tarde. Lo habían dejado partir.

Fue arrestado 125 días más tarde, el 18 de marzo de 2016, en una redada en el mismo Molenbeek en el que se crió.

En uno de sus primeros interrogatorios tras ser detenido, admitió haber alquilado coches y pisos para la comisión de los atentados de Francia pero negó haber participado en su ejecución.

Desde entonces no ha vuelto a abrir la boca en los interrogatorios y uno de los puntos importantes del juicio radica en si romperá ese mutismo.

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